jueves, 15 de octubre de 2015

¿Y si esto fuese así, un eterno diálogo mecido por el vaivén que inspira tu esencia, cuales olas que parecieran conquistar con ímpetu la arena que acarician, retirándose de ella temerosa de ser aprisionada? ¿Quién no ha sido seducido por el suave ir y venir del péndulo de un reloj? Como si esperáramos que nos dijera algo que sólo uno puede comprender, perdiendo nuestra voluntad frente a sus decididos pasos, al ritmo de la música que produce el desplazamiento de sus manecillas cada segundo, cada minuto, cada hora; todo en perfecta armonía.

¿Qué pensarías si dijera que se puede ver más allá de esos ojos cristalinos?... ¿A qué le puede temer el hombre cuando han sido descubiertas sus verdaderas emociones? ¿A la desnudez del alma, al corazón vacío, al temor a verse despojado de las corazas que le ocultan de la realidad, al inevitable flagelo de ser incapaz de reconocerse a sí mismo?
¿Y si no pudiese evitar ver cómo regresas a la playa cada vez, con el valor de un nuevo desafío, perdiendo la batalla, replegándote nuevamente en las gélidas aguas de la inconstancia? ¿Cómo notarías la presencia de un mero espectador de la vida, de alguien que se mantiene lejos de los gránulos de arena que logras conquistar, pero lo suficientemente cerca para temerle a que le llegases a alcanzar? ¿Y qué si el murmullo que produces es tan suave que no lo quiero dejar de escuchar? ¿Volverías a la arena si me vieras sentada observándote o dejarías aquella cíclica batalla para nunca regresar?